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El poder.

El poder que concedemos a los demás es responsabilidad de uno mismo, una vez les subimos al pódium de nuestras vidas no podremos echarles, es más, nos veremos presos de sus redes, viviendo en un cautiverio amargo sin tener una miaja de nuestra esencia. Estos depredadores se encargan de cazar presas vulnerables a sus dictaduras, empobrecidos en alma intentan absorber hasta la ultima gota de sudor del prójimo.

Este maltrato psicológico es fruto de nuestro regalo de no poner limites a nuestro propio respeto, a esta única vida que tenemos y vivimos. Llenos de celos, envidias, competencias donde todo es molesto pues necesitan como buen amo tener domado a su fiel asno.

La víctima llena de proyectos se ve envuelta en una tortura, metida en una jaula de oro, desplomando sus brillantes alas. Desde el exterior de esta cárcel se encuentra incesante, sin dormir el ogro que impide un silbido al ruiseñor.

El despertar es necesario sino un buen día se despierta uno cadáver. La convivencia no es esclavitud, es aprendizaje, es caminar unidos hacia la gloria mutua, juntos espalda con espalda como defensores del universo, como dos guerreros luchando por la vida, despejando tinieblas y creciendo juntos.

No dejar que la envidia pesada, inmovilice y cohíba el desarrollo de la otra persona, invadiendo su espacio vital en tristeza y amargura, somatizando por esa represión enfermedades continuas. La manipulación y el chantaje son estrategias ejercidas entre el que ejerce el poder y el vulnerable, impidiendo ese aprendizaje de vida de los débiles.

Los martirizadores inventan conflictos ante las capacidades brillantes de la víctima. Se presentan como maravillosos, son los pobrecitos dañados, vuelven a la situación para invadir de indecisión a la persona inteligente, que lo único que quiere es sobrevivir, evolucionar y romper con el aburrimiento de vida.

Debemos detectar estos histéricos posesivos, no sentirnos culpables por abandonarlos sino aliviados y con influencia ecológica invadir todo de esa alegría de vivir.